sábado, 21 de mayo de 2011


SEGUNDA VUELTA

A simple vista, jamás podremos saber si un huevo está fresco o descompuesto, la apariencia de la cáscara siempre será la misma en ambos casos; seguir la ruta de la apariencia nunca nos llevará a la esencia de las cosas ya que para parecer es necesario primero ser, tener como punto de partida de nuestros juicios lo que parece ser solo nos llevará a construcciones artificiales que la realidad –que se desarrolla de manera independiente de lo que pensemos- se encargará de derrumbar, como en el caso del huevo que al romper la cáscara recién sabremos si su contenido es fresco y saludable o está podrido y descompuesto.


Desde hace cinco siglos durante toda la época colonial se justificó el oprobio genocida de la conquista amparándose en su fuerza “civilizadora” que solo trajo el exterminio físico de la población nativa y la liquidación de la cultura, usos y costumbres de quienes ancestralmente vivían en este territorio.

Todo esto solo dejó una herencia colonial sobre la cual se construyó la institucionalidad de los dos últimos siglos; es decir, la “república” en la que hoy vivimos se ha edificado desde sus orígenes sobre bases endebles y recubiertas con el cascarón de la “democracia representativa”.

Se nos ha vendido, desde siempre, la falsa idea de que la democracia es solo un ejercicio que se ejerce cada cinco años marcando un papelito y echándolo en una ánfora para elegir a quien nos va a “representar” en la función pública, mientras tanto los grupos de poder económico son los que realmente hacen y deshacen a tal grado que ni siquiera les interesa constituirse en una burguesía nacional sólida y coherente sino que se mantienen fraccionadas en camarillas que pugnan entre sí para usufructuar el ejercicio del poder recurriendo incluso a métodos gansteriles y mafiosos que son el origen de la corrupción que ya se ha hecho “sentido común” en la política peruana.

Esta coyuntura electoral en la cual estamos inmersos se da, desde mi punto de vista, en un contexto muy singular: la moral y la ética ha trascendido a la praxis política. Una segunda vuelta con dos candidatos que han polarizado al electorado; por un lado la sra. Fujimori que trata de presentarse como una propuesta distinta a la de su papá, que purga condena por asesinatos y robos, pero que mantiene intacta no solo la estructura y el discurso del fujimontesinismo mas recalcitrante sino también a los mismos personajes que hicieron del gobierno una mafia y del erario nacional un botín; y, por otro lado al sr. Humala que se presenta con una nueva propuesta que tiende a consolidar un mercado interno nacional y que ha sido demonizado por los grupos de poder económico que se ven amenazados en sus intereses desplegando una contracampaña mediática a gran escala que incluye prensa escrita, radial y televisiva para desprestigiarlo.

Hay quienes voltean el rostro hacia otro lado cuando la historia pasa por su costado, se resisten a asimilar las lecciones del pasado y quisieran tapar el sol con un dedo. Hace unos días en una entrevista que Beto Ortiz hiciera a Jorge Trelles, vocero oficial de la Sra. Fujimori, dijo textualmente: “Nosotros matamos menos” en alusión a la cantidad de personas asesinadas en la guerra sucia de las últimas tres décadas. A confesión de parte relevo de pruebas, los actos fallidos y los exabruptos del inconsciente revelan claramente la naturaleza amoral y antiética de los representantes del gobierno más corrupto de la historia peruana; por eso esta segunda vuelta es más un acto moral que un acto político; la moral es principista y la política pragmática y, en este caso, los principios y los valores fundamentales del ser humano siempre estarán por encima de los cálculos políticos y las conveniencias económicas. Por lo pronto yo, decididamente, se por quién no votaría jamás.

Mario Domínguez Olaya

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