jueves, 19 de mayo de 2011


EL LAICO EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA
Ponencia en el Panel por el 10° Aniversario de la Rama Secular en el Perú

Me ha tocado desarrollar un tema trascendental: «Cómo el laico debe formar parte de la estructura de la Iglesia». El problema es que, producto del devenir de la historia, ha habido una enorme distorsión sobre lo que es el laico, sobre la manera de cómo debe insertarse en la organización eclesial, sobre su espiritualidad y su rol en la tarea de difundir el Reino. Esta distorsión es tan grande que distorsiona igualmente la concepción sobre lo que deben ser y el rol que deben jugar los presbíteros y religiosos.

El profeta nos decía que «para edificar, destruirás y plantarás». Hay mucho que destruir, fundamentalmente en concepciones y actitudes, que se han consagrado en estructuras, en normas y en costumbres, y que se presentan como si fuera lo normal; cuando es evidente que no corresponde con lo vivido por los discípulos de Jesús, ni con la historia de la Iglesia en sus primeros siglos.

Habrá que empezar por revisar el lenguaje pues se ha consagrado por el uso un conjunto de palabras que distorsionan los conceptos. Dos ejemplos: la misma palabra laico es inadecuada, pues se dice laico a la persona sin Dios; de allí los reclamos de un estado laico, o una escuela laica. Otro ejemplo: el uso de la palabra «celebrante» en los libros de liturgia, contrapuesta a los «fieles» o al «pueblo». ¡Somos todos los que celebramos, y el Ministro Ordenado «preside» la celebración!. Él también celebra, junto con todos los demás bautizados. Una tarea inmediata será con ayuda de quienes estudian teología y biblia más profundamente, tener un lenguaje que sea fiel al deseo de Jesús.

Entender lo que es actualmente el mal llamado laico, significa cambiar nuestra concepción eclesial. Y para ello nos ayuda la intuición fundamental del Concilio expresada en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium. Su primer capítulo trata sobre «El Misterio de la Iglesia», y el segundo, sobre «El Pueblo de Dios». Es sobre este tema que centraré mi intervención.

Lo que importa es que TODOS LOS BAUTIZADOS somos Pueblo de Dios, convocados por el Espíritu (LG 9) cuya condición es la dignidad y libertad de los hijos de Dios. (LG9). Somos un pueblo que participa del único sacerdocio de Cristo (LG10) y somos llamados a la Santidad (LG 11). Participa también este pueblo en la función profética de Cristo. Luego habla de los diversos Ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo (LG 18). Y habla de los obispos, los presbíteros, los laicos y los religiosos.

El Concilio acabó hace 41 años; muchas cosas han sucedido, muchas cosas han cambiado. El mismo impulso del Concilio se ha ido debilitando, y en algunos sectores se impone un deseo de volver a concepciones pre conciliares. Es tarea del Pueblo de Dios recoger esas grandes intuiciones, y desarrollarlas a la luz de los signos de los tiempos. La actual escasez de presbíteros, de religiosos. ¿No será también un signo de los tiempos que no sabemos leer?.

Debemos reflexionar sobre el Pueblo de Dios en el mundo actual. Y encontrar qué es lo común al Pueblo de Dios; ver cuáles de los Ministerios pueden ser ejercidos por cualquier miembro del Pueblo de Dios que cuente con las cualidades y el carisma, reconocidos por la comunidad. Por ejemplo el liderazgo en las comunidades, la representación de la comunidad, la predicación. ¿Deben ser necesariamente ejercidos por los religiosos o los presbíteros?. Muchos de ellos no tienen vocación para la tarea a las que una mala concepción los condena. Hay presbíteros o religiosos excelentes para el consejo, la administración de la reconciliación, que al mismo tiempo no saben dirigir, y que son malos predicando. ¿Por qué forzarlos a un liderazgo para el cual no tienen habilidades ni vocación, y realizan una prédica insatisfactoria y aburrida?. Además, ese ministerio mal desempeñado, afecta a la vida de toda la comunidad, afecta al Pueblo de Dios.

Pienso en el P. Héctor de Cárdenas. No sabía ni conducir ni organizar; por ello, sabiamente, nunca asumió esa tarea que la ejercimos los jóvenes de la década del 70. Esa renuncia lo liberó para que nos enriqueciera con sus auténticos carismas, su don de escucha, su transmisión del amor de Dios, la presidencia de las Eucaristías tan profundas y vivenciales. Y nos ayudó a que tras su muerte fructificara la semilla de lo que ahora es nuestra comunidad.

Otra presión indebida que sufren religiosos y presbíteros, es la exigencia a vivir un modelo de «perfección» inhumano, por el rol que se les asigna. Ellos, como todos los bautizados, incluidos laicos, estamos llamados a la Santidad. Pero no a un concepto deformado de la «santidad» sino a la santidad de ser discípulos de Cristo, de seguir su llamado partiendo de las limitaciones y defectos de todo ser humano, que la profesión religiosa ni el sacramento del Orden eliminan.

Si encontramos lo que es común a todo el Pueblo de Dios en cuanto a espiritualidad y ministerios, podremos encontrar también lo que es específico de cada opción de vida. Cada cual vivirá su estado de vida específico con profundidad, al tiempo que pone también al servicio de la Iglesia sus cualidades personales y el carisma de la institución a la que pertenece. Y en esta vida cotidiana y en la entrega de su ser, encontrará la felicidad.

Juan Borea Odría

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