sábado, 4 de junio de 2011


SUEÑOS
Soñando dentro de ellos


Por algún mecanismo, aún ignorado, de nuestro reloj biológico, el neurotransmisor conocido como serotonina, al caer la noche, produce a través de la glándula pineal una proteína llamada melatonina que se encarga de inducir el sueño, es por ello que el ir a dormir cuando anochece es una de las actividades más atávicas y básicas del género humano.

Sin embargo, por razones también desconocidas, existimos quienes al llegar la noche, el sueño se rebela contra la melatonina y remonta en vuelo agitado hacia el infinito y Morfeo se resiste tercamente a descansar, volviéndonos seres básicamente nocturnales; a mí me ocurre esto desde hace seis o siete años y ya no se cual será mi umbral de resistencia en el tiempo, pero, por el momento creo que ya me acostumbré y trato de sacarle provecho a la tranquila soledad de la oscuridad y más de una vez salgo a caminar por las desoladas calles para despejarme con la fría brisa de la madrugada acompañado de mi fiel perro y de mis pensamientos que no cesan de revolotear por mi cabeza; pero, el lado negativo de esto es que al no poder dormir tampoco puedo soñar como se debe y los sueños son, para mí, una preciada materia prima para escribir y muchas veces me veo forzado a la difícil tarea de elaborar sueños conscientes, que saltan por doquier, como aquellas truchas que vimos en las hermosas lagunas de Yauyos y Huancaya.

Pero sucede que hace poco pude dormir como no lo hacía hace tiempo, sentí el placer sensorial de mis párpados que pesadamente iban cubriendo mis ojos y la progresiva levedad de todo mi cuerpo desde la cabeza a los pies, cuando, inesperadamente me encontré mirándome a mí mismo, en segunda persona, y lo más curioso era que me encontraba soñando dentro de mi propio sueño.
En aquel segundo sueño, estaba yo en un pequeño islote rodeado por la inmensidad del mar, un mar tranquilo con suaves olas que besan tímidamente las orillas de la blanca arena, pude sentir el intenso aroma de la brisa marina al atardecer acariciando mi rostro y cuando una perlada lágrima silenciosa descendía por mi mejilla me vi expelido hacia el espacio con súbita violencia hasta que el islote se perdió en la distancia como un grano de arena en el cosmos.
Quise despertar y no podía, quería despertar al menos dentro de mi propio sueño y no hallaba cómo, la angustia crecía y era menester adoptar una aptitud, y me encontré vagabundeando entre planetas y planetoides bebiéndome todo el licor que había porque era evidente que no se apartaría de mí este cáliz.
Por algún lado, hacia la izquierda de la segunda luna, me encontré con mi madre que me volvía a decir:

-estés donde estés y hagas lo que hagas siempre cumple con tu deber y sobre todo cuídate mucho.

Me vi regresando maltrecho a mi casa, una tarde fría de invierno, luego de alguna guerra inconclusa, estaba nuevamente en mi sala y ahí se encontraban sentadas mi madre junto con la madre de mi mejor amigo que me dijo:

-“joven justamente habíamos estado orando por usted y ya ve como regresó”.

 Vi pasar ante mis ojos la caricatura sangrienta del terror en Lucanamarca y la sangría indiscriminada de los coches-bomba y, a paso seguido, todo el lodo oprobioso de los ’90, a los estudiantes cantuteños acribillados en el suelo y luego incinerados, a la pollada en Barrios Altos ahogada en sangre inocente, a 300 mil mujeres esterilizadas con engaños, a un prelado ebrio y fariseo vociferando ¡los derechos humanos son una cojudez!; en fin, a la prostitución de las conciencias de los que piensan que todo se arregla con dinero y entran en la patética danza de la corruptela que no quiere irse.

Regresé al planeta azul, que cada día es menos azul, entonces quise lavarme la cara en un nevado y ya no había nevado sino una piedra fría y pelada; quería despertar y no podía, ya no sabía si seguía soñando que soñaba o si todo esto era un solo sueño y comencé a extrañar a mi viejo amigo el insomnio; es más quizás, ya esté muerto y no me he dado cuenta, aunque, si estas líneas se publican y alguien las lee, eso quiere decir que, por lo menos, estaba con vida al momento de enviar este correo.
Mario Domínguez Olaya

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