sábado, 18 de junio de 2011


OTRA OPORTUNIDAD

Hace ya un buen tiempo, cuando estudiaba en San Marcos, había una compañera con la cual compartíamos historias, anécdotas y vivencias; siempre buscábamos algún momento y un buen café para invertir algunas horas en retroalimentarnos de narraciones a veces un poco extrañas y desconocidas, de autores clásicos y de gente anónima extraviada en la riqueza de la tradición popular del vecino, del amigo del pariente que siempre tienen algo que contar; y, algunas de ellas, trataba de ponerlas en blanco sobre negro y las demás las almacenaba en algún rincón de mi memoria para el momento oportuno de la evocación. Ahora, que estamos a pocas horas de celebrar el día del Padre encontré una de estas historias de procedencia desconocida que se adecúa a la fecha en mención.

No quiero dejar de pasar la oportunidad para hacer llegar mis saludos a todos los papás de nuestro entorno y en particular de nuestra promoción. Veamos:

“Este era un hombre viudo muy rico que poseía muchos bienes, una gran hacienda, bastante ganado, varios empleados, y un hijo único quien también sería su único heredero. El hijo creció en medio del engreimiento de un niño rico, y siendo ya un joven se dedicó a la “dolce vita”, lo que más le gustaba era hacer fiestas, estar con sus amigos, derrochar mucho dinero en cosas superfluas y ser adulado por todos aquellos que se le acercaban en busca de algún beneficio.

Su padre siempre le advertía, que esa clase de “amigos” solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles y que después, lo abandonarían.


Un día, el padre, ya avanzado en edad intuyó que le quedaba muy poco tiempo de vida, y entonces encargó a sus empleados que construyan un pequeño cobertizo en un extremo de la gran hacienda, dentro de él, el propio padre preparó cuidadosamente una viga, no dejó que nadie la tocara y cuando trabajaba en ella lo hacía con la puerta cerrada, hasta que finalmente terminó colocando la viga entre dos parantes y en la parte central de la misma ató con un buen nudo una soga en forma de horca y la dejó ahí, colgando. Junto a este patíbulo, en una placa dorada y con grandes letras escribió: PARA QUE NUNCA OLVIDES LO QUE DECÍA TU PADRE.
Por la tarde, llamó a su hijo, lo llevó al cobertizo y le dijo:


- Hijo mío, ya estoy viejo y pronto moriré; cuando me haya ido, tú te encargarás de todos la riqueza que a lo largo de estos años he acumulado. Y yo sé cómo acabará todo estos. Vas a dejar los negocios y la hacienda en manos de los empleados, gastarás todo el dinero en fiestas con tus amigos, venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando ya no tengas nada, todos aquellos que decían ser tus “amigos”, todos cuantos te adularon y aplaudieron tus despilfarros, se apartarán de ti. Cuando llegue ese momento te sentirás solo, querrás retroceder en el tiempo y entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Por esto que construí con todo cariño esta horca. ¡Es para ti! Y quiero que me prometas que, si sucede como yo creo que sucederá, te ahorcarás en ella.

El joven lanzó una carcajada, pensó que todo esto era un absurdo y dedujo que su padre había entrado en una etapa demencia senil; y como lo vio tranquilo no lo quiso contradecir e hizo la promesa que el padre solicitaba pensando que eso jamás ocurriría.
A los pocos días, el padre murió, y su hijo heredó toda su fortuna. Y, tal como su padre había previsto, el joven comenzó a gastarlo todo, vendió los bienes y casi toda la hacienda, dilapidó en francachelas el dinero que restaba y de inmediato se esfumaros todos sus “amigos” y perdió hasta la propia dignidad.


Desesperado y afligido, respirando angustia y decepcionado consigo mismo comenzó a reflexionar sobre su vida y se dio cuenta que siempre había sido un tonto, que teniéndolo todo, carecía de todo lo que verdaderamente era importante, que sus “amigos” sólo eran amigos de su dinero. Y recién se acordó de las palabras de su padre y reconoció con tristeza que todo había pasado como su padre lo había previsto:
- Ay, padre mío, se lamentaba, si yo hubiese escuchado tus consejos, si pudiera volver atrás, pero ahora es demasiado tarde.
Apesadumbrado, con su conciencia doblegada, el joven levantó la vista y vio el cobertizo. Cansinamente se dirigió hasta allá y al abrir la puerta lo primero que vio fue la horca y la placa escrita por el padre, entonces pensó:

- Yo nunca seguí los consejos de mi padre, no le di alegrías cuando estaba vivo porque todo el tiempo lo usaba en divertirme y malgastar su fortuna, pero, cuando menos esta vez, honraré su memoria y cumpliré la promesa que le hice en este mismo cuarto.


Subió los escalones y se colocó la soga en el cuello e hizo correr el nudo en su garganta, toda su vida de desenfreno pasó en un instante por sus ojos y llorando dijo:
- Si tuviese solamente una nueva oportunidad, pero ya es demasiado tarde.
Entonces, se arrojó desde lo alto de los escalones. Por un momento, sintió que la cuerda apretaba su garganta, es el fin, pensó. Pero la viga que sostenía la horca era hueco, y se rompió por la mitad con su peso y el joven cayó rodando por el piso y sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes y doblones de oro. La horca estaba rellena de oro y piedras preciosas, y una nota también cayó junto con ellas. En esa nota estaba escrito:

- Hijo, esta es tu nueva oportunidad, no la vuelvas a desperdiciar. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre.”

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