sábado, 1 de octubre de 2011


OTRA VEZ LAS BARRAS


 Creo que resulta inevitable dejar de opinar, o, por lo menos, tener un punto de vista sobre violentos acontecimientos de la semana que pasó en el estadio de la “U”. Y es que resultan ya lugares comunes en nuestra idiosincrasia la reacción ruidosa y efectista frente a estos hechos sin duda truculentos; prácticamente, se ha convertido en un deporte nacional el transitar rápidamente de suceso en suceso sin que hagamos una pausa para la reflexión que, necesariamente, debería anteceder a una actitud concreta para una salida concreta del embrollo en el que nos encontramos.

Y es que resulta más fácil detenernos a padecer los efectos e ignorar las causas que lo originan; esto es lo que sucede con la violencia estéril y endémica que nos acompaña desde hace ya varios siglos. Pareciera entonces que la violencia -sea esta de cualquier naturaleza- vendría a ser un problema en sí, cuando en realidad sólo es el medio por el cual discurre un problema originario y mucho mayor: la permanente crisis de las estructuras sociales; por ello, todas las medidas que se adopten quedarán en el camino si se siguen enajenando los medios con los fines, la forma con el contenido.

Suelo escuchar, frecuentemente, que el problema radica en la crisis de valores de la sociedad, sin embargo, si observamos con un poco de detenimiento el fenómeno, nos daremos cuenta que los valores no salen del aire, son creación humana y su deterioro es sólo la expresión de la crisis de las relaciones sociales e interpersonales es decir de la anomia social; por lo tanto, la crisis de valores es el efecto y no la causa.

La tarea entonces es, sin duda, enorme: reestructurar integralmente las relaciones sociales y personales, dejar de mirarnos individualmente y voltear la mirada hacia el otro que tenemos al lado, a priorizar al ser humano frente al mercado y la acumulación material, a acabar con la enajenación que convierte lo creado en creador.

Si nos remitimos a la historia, la base de la herencia colonial que padecemos tiene su acumulación originaria en un acto vil y lumpenesco: el secuestro y el asesinato; recordemos que Pizarro secuestró a Atahualpa en Cajamarca, lo extorsionó obligándolo a llenar dos cuartos con plata y uno de oro como rescate y luego de cobrado el botín lo asesinó es decir todos los agravantes de la vileza delincuencial y un colosal acto de rapiña: secuestro, extorsión y asesinato de un hombre reducido; ésta fue la base fundacional y fangosa del virreinato y de la posterior república que, hasta hoy, seguimos manteniendo.

El arquetipo prejuicioso y que asociaba el perfil delincuencial con la pobreza y la marginalidad ha sido remecida por los actores del asesinato del joven Walter Oyarce ya que éstos, provenían de pudientes y acaudaladas familias adineradas, quienes salían, periódicamente, de su burbuja de La Planicie para adentrarse en el submundo de las “barras bravas” en las cuales daban rienda suelta a sus vicios, adicciones y a sus vocaciones violentistas y fascistoides; espero que, por lo menos en este caso, la justicia -aunque sea por la presión mediática- deje de ser tuerta, como diría Gonzales Prada, y se sancione el delito conforme a ley aunque ya se percibe el creciente tufillo de la billetera gruesa que engrasa los engranajes de la injusticia y la impunidad.

Voy a terminar esta nota transcribiendo un texto del cantautor y poeta cubano Silvio Rodríguez publicado en su blog “Segunda Cita” y que a la letra dice:

Una de Gandhi
Le preguntaron a Mahatma Gandhi cuáles son los factores que destruyen al ser humano. Él respondió así: La Política sin principios,
el Placer sin compromiso,
la Riqueza sin trabajo,
la Sabiduría sin carácter,
los Negocios sin moral,
la Ciencia sin humanidad
y la Oración sin caridad.

La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido. La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome frente a la vida, es la misma que la vida tomará ante mí. El que quiera ser amado, que ame. (Publicado: 07-09-2011)

Maio Dominguez Olaya

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