lunes, 7 de julio de 2008

“ESCRIBO TU NOMBRE EN LAS PAREDES DE MI CIUDAD”
(REFLEXIONES SOBRE LAS RELACIONES COMPLEJAS ENTRE ESTÉTICA, GRAFITIS, SOCIEDAD E HISTORIA)

En una reciente exposición de mis estudiantes acerca del libro como producto cultural, se señalaba como uno de sus fundamentos históricos a la milenaria necesidad y voluntad humana de plasmar, de alguna manera, ideas, experiencias, saberes, visiones de la vida, etc.. Y ciertamente, esto se puede verificar aún en los tiempos más remotos. Por ejemplo, en lo que hoy se conoce como las Cuevas de Toquepala, en el sur del país, todavía se pueden encontrar muestras del denominado arte rupestre. Varios miles de años atrás, quienes se desplazaban por dichas áreas geográficas en pequeñas bandas de cazadores, tuvieron la necesidad de dejar un testimonio plasmado, de alguna forma, a fin de construir memoria histórica en un contexto de sociedades no escriturales. Para ello utilizaron como lienzo natural las paredes de las cuevas que habitaban temporalmente, dibujando y pintando escenas importantes de su mundo de la vida (por ejemplo, escenas de actividades cotidianas de caza, denotando a través de ellas la importancia de la vida de grupo y del trabajo en equipo, altamente necesario para la cacería y, en general, aspecto muy valorado por el ethos de nuestra cultura andina).

El artista del paleolítico peruano daba fe de su tiempo, de sus vivencias, de su sentido de la vida fuertemente vinculado a la idea de “sociedad”. En esta perspectiva, la estética del paleolítico peruano –y la construcción del significado del gusto expresado en los actos creacionales y artísticos- descansaba en sistemas valorativos concretos y procesos de producción y reproducción cultural específicos, ligados a las sociedades históricas donde se movía el creador (o productor cultural). Allí, como en lo que llamaremos, en general, cultura andina, la estética no tenía que ver pura y simplemente con el arte de las formas y su armonía. La estética no estaba asociada a un ideal de belleza, tal como la perspectiva bellomaníaca de la cultura occidental ha venido promoviendo en el mundo desde hace algún tiempo como significado único de lo estético (ciertamente, universalizando el ideal de belleza occidental como patrón de medición de “lo estético” y, en ese camino, subalternizando a las otras estéticas no occidentales como la andina).

Miles de años han pasado desde los tiempos de los cazadores de las Cuevas de Toquepala. En este largo proceso, la historia de la humanidad ha dejado ver una infinidad de transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales, tecnológicas y de otros signos más. La sociedad peruana de hoy es mayoritariamente escritural (aunque no debemos olvidar ese significativo porcentaje que bordea el 10% de compatriotas peruanos y, sobre todo, peruanas que en pleno siglo XXI constituyen nuestra población analfabeta). Vivimos, además, los tiempos de los mass media, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que se combinan con las grandes industrias culturales del libro. Y sin embargo, las exclusiones de naturaleza social, económica, cultural, étnica, generacional, etc. son muy fuertes en el Perú actual.

No todos los procesos de construcción identitaria discurren por las mismas rutas, ni todas las sensibilidades se logran incorporar en los mecanismos a través de los cuales opera la estética y la cultura hegemónica dominante. El grafiti expresa esta situación contradictoria. Algo fuertemente en común tienen sus modernos creadores (por lo general jóvenes) y los antiguos creadores de las Cuevas de Toquepala y ese algo es la urgente necesidad de expresarse. Hace miles de años los medios de expresión se reducían solo a la posibilidad de utilizar las paredes de la cueva, del hábitat. Hoy, en una sociedad de tecnologías, no todos se sienten reconocidos ni incluidos en los mecanismos del sistema sino, por el contrario, denuncian su exclusión y proclaman su diferencia, su disonancia, su cuestionamiento a través del regreso a las paredes. Estas últimas pasan a ser traductoras de otras sensibilidades, de otras maneras de producir la idea de ”gusto”, de otras valoraciones, de otras culturas estéticas que más que perseguidas de por sí, necesitan ser explicadas desde una perspectiva crítico-social para poder idear nuevas posibilidades de construcción del lazo comunicativo-social.

Paul Eluard, poeta francés de la primera mitad del siglo XX, escribió un bello poema llamado “Libertad” que dio base a la creación de una vívida canción de la que tomé un verso para titular el presente artículo. Decidí escribir sobre esto cuando, hace pocos días, me desplazaba en el transporte público con rumbo al sur y en una de las paredes de un terreno abandonado leí un grafiti reflexivo anónimo que, sin muchos requiebros de formas bellomaniacas, decía simplemente: “Si tanto se dice que hay que acabar con la extrema pobreza, ¿no sería bueno también decir que hay que acabar con la extrema riqueza?”. En ese momento me puse a pensar en el tema.

Que mañana y los siguientes días sean buen tiempo para vivir.

Daniel Zevallos Chávez

POSTDATA: No puedo dejar de sumarme a la alegría de sentirse parte de la familia de amigos que constituimos la histórica promoción 78 del Maristas San Juan y que renueva sus lazos permanentemente, como lo hiciéramos hace poco en San Bartolo junto a nuestros antiguos maestros Juan y Pablo, en un clima que sabe combinar la reflexión seria, el compromiso y el juego de ayer reinventado hoy, treinta años después por quienes, a pesar de ya platear el cabello, seguimos sintiendo la suave brisa del viento en el rostro risueño tan igual que ayer.

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