sábado, 26 de julio de 2008


UNA CITA EN SAMARCANDA

Cuenta una antigua historia hindú, que cierta vez un fiel lacayo, entró atropelladamente lleno de horror a las habitaciones del príncipe que se encontraba reposando, éste muy sorprendido calmó primero a su sirviente y luego le ordenó que explique el por qué de su actitud; el lacayo, recompuesto y mas sereno, le contestó:

- Amo, por favor te ruego disculpes mi osadía, lo que sucede es que al entrar en el palacio, en unas gradas de la escalera me encontré frente a frente con la muerte que estaba ahí sentada. ¡Es lo mas horrible que he visto! y de seguro ha venido por mí; por eso entre despavorido a tus aposentos para pedirte un favor muy especial.

El príncipe tenía un gran aprecio por su lacayo, lo había servido por años de una manera fiel y obsecuente, por eso no estaba enojado pero si muy intrigado.

- Qué es lo que quieres pedirme, le dijo.
- Gran príncipe, sabes bien que te he servido fielmente durante todos estos años, pero al ver que la muerte está allá abajo esperándome me he llenado de espanto, te pido que por favor me facilites un caballo para salir por la puerta trasera y así poder escapar de la muerte.
- Y, adonde irías, le preguntó el príncipe.
- Huiría hacia las montañas, no pararía hasta trasponer la frontera y me quedaría en Samarcanda, muy lejos de aquí.

El príncipe reflexionó por un momento y viendo lo asustado que estaba su sirviente y para compensar su fidelidad le dijo que podía marcharse en ese momento y le daría uno de los corceles más veloces del reino para que mañana mismo, en la noche, esté a salvo en Samarcanda. El sirviente se deshizo en agradecimientos, ensilló el caballo y muy cautelosamente emprendió veloz galope por la puerta posterior del palacio tomando de inmediato el camino a la montaña y perdiéndose rápidamente en el horizonte.

El príncipe se sintió satisfecho de haber ayudado a su lacayo para que huya de la muerte, pero al mismo tiempo entró en la cuenta de que también había perdido un fiel sirviente y eso lo encolerizó decidiendo emprenderla contra la muerte que aun seguía sentada en las escalinatas; desenvainó su espada y tomó su escudo de guerra y abriendo las puertas del palacio encaró a la muerte:

- ¿Cómo has osado venir hasta mi castillo para atemorizar a mi sirviente, al cual he tenido que dejar ir por tu culpa?.

- Por favor, noble príncipe -respondió la muerte- discúlpame si te he causado alguna molestia pero jamás ha sido mi intención causarte algún estropicio por que yo no he venido a llevarme a nadie de tu castillo.

- Y entonces, ¿por qué estás acá sentado?.

- Señor, yo solo me he detenido a descansar un momento por que mi viaje es largo y agotador ya que la cita con la persona que me llevaré recién será mañana por la noche en Samarcanda.


Mario Domínguez Olaya

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