viernes, 1 de agosto de 2008


La historia como la conocemos, esa contada por los historiadores no siempre es la oficial. Ahora que a comienzos de la presente semana hemos celebrado el aniversario patrio, es oportuno hacer una reflexión de algunos pasajes de nuestra historia que ignoramos y que no ha sido profundizada por ningún historiador que se denomine responsable. Es verdad, la historia de los libros y textos escolares es la manera muy personal de como la vieron y la interpretaron los historiadores, pero realmente los verdaderos autores, esos que la escriben todos los días con hechos, no se encuentran reflejados siempre en el papel. Esa historia sin ser paralela, recoge el relato hablado que pasa de generación en generación y que ha veces con los años se torna muy similar a una leyenda o queda estigmatizada como una simple anécdota.

Hay muchas historias que se tejen y que escritores como Ricardo Palma hacen mención. La historia de hoy cuenta la relación del Generalísimo Don José de San Martín con una linda mujer que marcó de alguna forma su vida . Esta es la historia del amor entre Rosa Campusano y José de San Martín.

LA AMANTE DE SAN MARTÍN

El escritor peruano Ricardo Palma, autor de Tradiciones peruanas, fue el primero en divulgar el amor de San Martín por Campusano, hija natural de un funcionario rico e importante, productor de cacao. Amante de un general realista, la joven fue una excelente espía para las fuerzas libertadoras. Audaz, inteligente, había leído al filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau, y le gustaban el teatro y la literatura. Ella nació en Guayaquil, era una mujer muy provocativa, muy femenina que encantaba con su personalidad. José de San Martín Matorras quedó prendado de sus encantos.

La noche del sábado 28 de julio de 1821, el Cabildo de Lima organizó una fiesta en honor a San Martín y a la proclamación de la Independencia. La recepción fue en los salones del Ayuntamiento. El General paseaba por los diversos ambientes cuando quedó muy impresionado por la belleza de una dama de rostro claro y fina de cuerpo, ojos azules, boca pequeña y manos delicadas, vestida elegantemente de terciopelo bordó y con generoso escote.

Preguntó a su asistente limeño de quién se trataba, y éste le respondió: es Rosa Campusano, una mujer que ha colaborado inteligentemente con el bando patriota. El General se acercó a la hermosa dama, la saludó con mucho interés y le hizo saber que conocía sus méritos a favor del movimiento separatista. Si lo hubiera conocido antes a usted, señor general –hizo un gesto intencionado-, mis afanes hubieran sido aún mayores. El flechazo ya se había producido. Intercambiaron algunas palabras y don José quedó atrapado con la personalidad de la muchacha.

Al día siguiente, domingo 29 de julio, San Martín devolvió la atención con otro baile, ahora en los salones del Palacio de los Virreyes. El futuro Protector del Perú se alegró sobremanera al distinguir, entre las figuras juveniles, a la bella Rosa Campusano, con un vestido de organdí blanco y peinado alto, a la griega, sobre quien se había quedado pensando desde el baile de la noche anterior. Se aproximó a ella y, luego de saludarla galantemente, la invitó a bailar una contradanza. Rosa le obsequió una sonrisa radiante y le tendió sus brazos con mucha gracia. Aunque los ojos del público estaban sin duda sobre ellos, danzaron y charlaron abstraídos, como si se hubieran conocido desde mucho tiempo antes. Ella era joven, había leído algunas novelas de Rousseau y su conversación era muy atrayente, de modo que cambiaron ideas sobre el teatro y literatura.

¿Pero quién era Rosa Campuzano? Había nacido en Guayaquil (13 de abril de 1796) y era hija natural de un funcionario rico e importante, productor de cacao (Francisco Herrera Campuzano), quien la había concebido con una mulata (Felipa Cornejo) y la reconoció por testamento, antes de morir. Había venido a Lima en 1817, a los 21 años y se había instalado en la elegante calle de San Marcelo, donde su tertulia era frecuentada por gente prominente. Amante de un general realista, Rosa había aprovechado esa relación íntima para pasar información militar a los patriotas. Más de una vez, vestida de “tapada”, había cruzado las calles de Lima llevando proclamas subversivas para ser pegadas de noche en las paredes. En una casa grande que había alquilado para tal efecto, había ocultado a varios oficiales desertores, y luego los ayudó a pasar hasta el campamento patriota de Huaura. Una correspondencia clandestina que se interceptó la mencionaba, y por ella fue detenida por unos días, hasta que la influencia de sobornos y amigos poderosos lograron liberarla. Aquí, en Lima, conoció a Manuela Sáenz y surgió entre ellas una gran amistad, y fueron cómplices en las tareas conspiradoras.

Todos los testimonios de la época coinciden en que el Protector perdió la cabeza por la Campuzano. Dicen que era mujer sensual, de ojos celestes, que arrebató de pasión al General, y por largos meses lo convirtió en un militar que adoró la pompa y desechó la austeridad. Las crónicas evocan a un San Martín vistiendo un suntuoso uniforme recamado con palmas de oro, que transitaba las calles de la aristocrática Lima en una carroza de gala tirada por seis caballos. Lo acompañaba, claro, esta guayaquileña de ojos de ensueño, que le prodigaba cariños delante de todo el mundo. San Martín se afincó con ella en la quinta de La Magdalena (hoy Pueblo Libre); no ocultó su relación con Rosa, llamada "la Protectora" en irónica alusión al Protector del Perú. En La Magdalena, San Martín solía atender el despacho diario, que uno de sus ministros le llevaba desde Lima. Dicen que Rosa, que era soltera, lo acompañaba con frecuencia y, los sábados a la noche, partían en lujosa carroza rumbo a las fiestas de la Capital, ella con vestido y zapatos de seda y él con su nuevo uniforme de general, con abundantes hilos de oro. Cuando el Protector incluyó a la Campusano las 112 mujeres condecoradas con la Orden del Sol, la sociedad tradicional limeña lo consideró una afrenta. El día que San Martín abandonó el Perú, apenas pudieron despedirse.

Las mujeres en la vida de San Martín fueron varias. Pero, evidentemente, han sido dos las que él ha amó, en mayor o menor medida: María de los Remedios de Escalada (su esposa) y Rosa Campuzano. La “Protectora” testamentó en 1843 y declaró estar casada con Ernesto Gaber, quien la había abandonado, marchándose a Europa; y tener un hijo llamado Alejandro. El escritor Ricardo Palma fue compañero de colegio de Alejandro y recuerda que, en una oportunidad, un compañero de liceo llamó a Alejandro ‘Protector’ y éste le contestó con un puñetazo. Rosa murió en 1851, a los 55 años. Fue sepultada en la iglesia de San Juan Bautista de Lima.

Si nos ponemos a analizar la situación del general, San Martín no dio motivos de escándalo en Lima por aventuras mujeriegas y sus relaciones con la Campusano fueron de tapadita. Jamás se le vio en público con su querida, pero como nada hay oculto bajo el sol, algo debió traslucirse y la querida quedó bautizada con el sobrenombre de la Protectora. Rosa Campusano era una espía. ¿Dónde una mujer puede conseguir buena información?..., pregunto. Sin decirlo, sugiero que la Campusano era una mujer que iba de cama en cama. San Martín, Protector del Perú, no se iba a exhibir con una persona tan audaz para aquellos tiempos. Tenía que guardar apariencias como mucha gente, más aún él era un personaje público.

El general —cual un estratega que estudia todos los detalles antes de empezar la batalla— desechó cualquier amor que pudiera poner en peligro su carrera. El misterio de una bella mujer casi nunca perturbó sus planes de guerra. En el Perú, con plenos poderes, estuvo rodeado de damas, jóvenes y maduras, y sólo le hubiera bastado levantar su dedo índice para quedarse con cualquiera. No lo hizo. La audacia y la temeridad, evidentemente, las reservaba para los días de combate, pero con Rosa todo ese temple de hombre responsable quedó al olvido. Se cree que Rosa significó para San Martín mucho porque lo hizo salir del libreto muchas veces, aunque su relación con ella fuera muy discreta siempre la verdad se sabe al final....
Paco Cárdenas Linares

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